21 Jun Madrid – Barcelona ¿en bici?
¡Hola, Pataliebre!
El viernes pasado, tomé parte en la salida de la Pedalma, con salida en Madrid y llegada a Barcelona. Sí, lo sé, sois muchos los que me avisasteis de que hay un AVE y no hacía falta hacer ese recorrido en bici. 700 km con más de 7000 de desnivel positivo acumulados y coincidiendo con la primera ola de calor del año. ¡PAM!
Iba un poco a la aventura, ya que era mi primera vez en una prueba ultraciclista, y como casi cada fin de semana estoy apuntado a alguna prueba, no le había dedicado todos los nervios, entrenos, planificación y tiempo que una prueba así se merece. Llegará el día, que esta actitud Pataliebre que me caracteriza de ir fluyendo (tengo mucho flow, tengo mucho tempo) me pasará factura y me pondrá en mi sitio. Pero de momento no me están saliendo mal las jugadas. Toco madera (aunque soy más de carbono).
No pienso haceros una crónica al detalle, pero quería compartir con vosotros las sensaciones que me dejó una prueba como esta, y la similitud que encontré con el día a día y eso que nos pasa fuera del sillín: tomar decisiones, adaptarse a lo que viene —lo bueno y lo no tan bueno— siempre con el vaso, o en este caso bidón, medio lleno, j*der. Al final toca pasar por tramos de carretera llenos de baches, y otros recién asfaltados. Como en la vida: etapas duras que parece que no se acaban, y otras en las que todo fluye.
Pasamos momentos críticos: calor (mucho calor con picos de 40 grados), falta de agua (nota mental, hay que parar siempre que se pueda a rellenar bidones). Sueño. ¿Sabéis cuando os entra sueño en el coche? Pues dando pedales también pasa. Averías, que gracias a Dior no tuvimos hasta ya acabada la prueba, como son las cosas, que voy y pincho cuando estábamos bajando el Tibidabo de camino a la nave donde estaban las mochilas…
Momentos felices — los más.
Como cuando bajábamos el barranco del río Mesa, por la zona de Nuévalos, Jaraba… y veíamos la nube descargando justo por delante de nosotros. Nos libramos de la lluvia por no más de 10 o 15 minutos, lo suficiente para aprovechar y refrescarnos tras la jornada de calor brutal que veníamos arrastrando. Ese olor a petricor, el paisaje espectacular y una temperatura perfecta para rodar.
O cuando me encontré con mis padres, que se presentaron por sorpresa en uno de los pueblos con Checkpoint solo para darme ánimos.
O los 10 o 15 km en los que me acompañó Sergi Pau —no puedo quererlo más— en un tramo que pasaba cerca de su casa, y que también dedicó a venir a animarme.
Momentos de liarla parda — como cuando hicimos sonar la alarma de un hotel (dos veces) a las 3 de la mañana, al meternos en recepción para coger una llave que Pilar, la recepcionista (muy maja, por cierto), se había olvidado de dejarnos preparada.
Buscamos soluciones ante imprevistos.
Que hay que llamar al timbre de una casa para pedir agua, se llama.
Que hay que ducharse vestido en la terraza de un bar para mitigar el calor, se ducha.
Que hay que parar para meter una brida (bendita herramienta) en algún accesorio de los muchos que llevamos porque se mueve demasiado, se para.
Que hay que pillar un hotel, aunque sea solo para dormir unas horas bien dormidas y recuperar fuerzas de verdad —en lugar de tumbarse en un banco o en un cajero como un sintecho—, se pilla.
Por cierto, el tema de dormir en el foquin suelo o en una cama me pareció curioso. A veces se elige, otras veces toca. Pero llegar a una ciudad grande (con opciones de alojamiento), cansado, de noche, y elegir el suelo… not in my body. Una cama es una inversión a futuro: descanso que se transforma en energía para rendir mejor al día siguiente.
Comimos bien, comimos mal. Aquí da un poco igual todo: con tanto desgaste, todo entra mejor que las croquetas de tu madre o tu abuela. Pero ojo, que hay que llevar entrenado también el estómago. Un error puede mandarte “por la pata abajo” y fastidiarte la jornada. Yo perdí la cuenta de los helados que me comí, pero era lo que me pedía el cuerpo. Otras veces me pedía frutos secos, señal de que estaba perdiendo muchas sales. Al final, tu propio cuerpo sabe lo que necesita: sal, dulce, grasa… sólo hay que aprender a escucharlo. Que te apetece un frankfurt con chucherías de topping? ¡Pa’dentro!
Lo que realmente vale oro: la gente con la que compartes el camino. En una ultra de este tipo, como en la vida, hay momentos en los que necesitas silencio y otros en los que una buena conversación te salva el momentum (masa por velocidad). Conoces a personas que están igual de rotas que tú, igual de taradas de la cabeza también, y de repente: conectas. Compartes kilómetros, risas, silencios, geles y miserias. Y eso, aunque no te lo marque el GPS, te lleva más lejos. Elegir bien con quién te juntas es casi tan importante como elegir bien el desarrollo que llevarás o el ancho de las cubiertas (yo 28 por cierto). Porque cuando aprieta el calor, la fatiga, o las dudas, no hay mejor avituallamiento que una buena compañía. La mía fueron Luís y Eduardo, y no pudo ser mejor.
Y la gente que dejas atrás. A veces por una decisión en un punto, por un ritmo distinto o por necesidades distintas en ese momento. Me pasó con los amigos de Zaragoza: Néstor, Iván y Quico, ese equipazo Palmira, con quienes me hubiera encantado compartir más kilómetros. Pero por decisiones en la prueba, y también por esas jugadas que tiene la vida —porque esto, me repito, va de algo más que de bicis—, nos separamos en un punto del recorrido y ya no volvimos a coincidir, privándome de compartir risas y lágrimas con ellos.
Con eso, más o menos, es con lo que llegué a Barcelona. Al Tibidabo. Qué alto está el condenado. 699km y 36 horas después de la salida. Sí, lo sé, por 1Km no son 700.. y yo, que siempre había visto hermosos y guardado un enorme respeto por los números redondos, considerando que representaban una especie de código secreto con forma platónica… pues ni por esas hice el kilómetro de más para redondear. Se perdió en la lavadora junto a algún calcetín de desparejado. A veces escribo y me creo que soy un poeta contemplando una puesta de sol. Pero en versión tontuna, claro.
En cuanto a la posición o clasificación final, muchos pensamos que eres lo que los números te dicen que eres, pero yo me estoy bajando de ese carro, quiero ser de los que el grado de disfrute les dice quién es. Así que hoy, no voy a hacer ni mención a esa parte.
Para cerrar, os diré que terminas cansado, sí. Con el cuerpo al límite y la cabeza llena de imágenes, olores, frases sueltas y pedales. Pero también terminas distinto. Porque una prueba como esta no va solo de kilómetros ni de wattios: va de decisiones, de resistir cuando duele, de compartir cuando se puede y de seguir, aunque no tengas claro cuánto queda. Como en la vida (que pesao soy). Y si encima lo haces rodeado de buena gente, en paisajes que te reconcilian con todo, y con una organización que hace las cosas con alma, pues entonces ya no hay duda: mereció la pena. ¿Volveremos?
Y cómo no, dar las gracias a Ramón, Óscar y todo el equipo de Pedalma por montar algo así. Aunque pedaleas solo y la esencia de la prueba es la autosuficiencia, en ningún momento te sientes completamente solo. Siempre hay una furgoneta cerca, alguien pendiente, los puntos de control están perfectamente organizados y transmiten calor humano, que a veces es más necesario que el bidón lleno. Se nota que hay mucho cariño detrás de todo esto, mucha pasión por lo que hacen. Y eso, al final, se nota, se contagia y se agradece.
¡Nos vemos en la carretera, o en la ciudad, pero sobre ruedas! 🚴♂️✨
Hasta la próxima Pataliebre,
Fruco.
Ponle música a esta lectura
Bonus track: quédate con la persona que te recomiende canciones
¿Os gustaría recibir en vuestro email y cada 15 días, anécdotas o experiencias relacionadas con el mundo de la bicicleta y/o ciclismo en este formato? Si es así, pinchad en el siguiente enlace.
Lo sentimos, el formulario para comentar está cerrado ahora mismo.